El Gobierno Autónomo de Cataluña en el exilio, al dirigirse a la Subcomisión de la organización de las Naciones Unidas, competente para el estudio de la situación española, declara en primer término, que hace suyas las conclusiones dirigidas a esa Subcomisión por el Gobierno Republicano Español. Sin embargo, le corresponde presentar otras, específicas de su caso y determinadas por las características propias de su régimen autonómico, su economía y su cultura, sin que eso suponga la menor reserva en la estrecha colaboración que aporta el Gobierno Autónomo de Cataluña a la totalidad de la causa española, con la que está vinculada, en sus más recientes esfuerzos, tanto por la común legalidad como por las imperiosas exigencias de su deseo de liberación.
El odio aferrizado de Franco contra los tres mencionados elementos particulares de nuestro país, confirma, con nuevas matizaciones, que el discípulo, amigo y servidor de los criminales de guerra –así definidos por la conciencia internacional– los copia en sus concepciones y sus métodos, y que, no obstante y las concesiones efímeras en circunstancias urgentes y el persistente embrollo de sus negativas y falsas excusas, ese dictador se manifiesta, en cada instante, como enemigo irreductible de la paz. Su programa, en efecto, no es otra cosa que el predominio, en todas formas posibles, de la casta militar; y su esperanza, el sabotaje de la unión universal de las naciones, a la que todos aspiramos. Franco decidió rebelarse, una vez que fué autorizado y apoyado por los dos siniestros responsables de la segunda guerra mundial. Sus medios de persuasión fueron las armas y la técnica del terror, un terror frío y eternamente insaciable, la necesidad de su consolidación y sus ilusiones “imperialistas” exigían el triunfo de Hitler y Mussolini; y hoy, el respeto hacia su persona, de pura fórmula y con la que se combina el íntimo desprecio, no hace sino aumentar su odio hacia el pueblo, desesperado y hambriento. En siete años, le ha sido imposible curar, ni que fuese una sola, las innumerables heridas todavía abiertas y sangrantes en el cuerpo de España. Su único proyecto, su única obsesión es maniobrar hasta el fin para hacer nacer alguna enemistad, alguna división, algún conflicto entre los vencedores de ayer.
El pueblo de Catalunya es profundamente republicano. Dió de ello pruebas en su adhesión constructora a aquella esperanza provocada por la proclamación de la República en 1931, y en la epopeya trágica que fué, en 1936, ensayo general de la destrucción de Europa. Pero aun antes de estas manifestaciones, compartidas con todo el pueblo español, los catalanes ya guardaban en su espíritu, desde siglos ha, el sentimiento liberal y democrático. La proclamación de la República en 1931 no había sido, para ellos, una innovación, sino el desarrollo lógico y natural de sus tradiciones más queridas. Tres veces había luchado Cataluña, ella sola, contra los reyes absolutos, y las tres veces había adoptado legalmente el régimen republicano. Catalanes ilustres figuraron entre las personalidades más destacadas delas Repúblicas Españolas de 1873 y 1931. Era, pues, bien natural, que Franco mostrase odio particular contra un pueblo al que bien sabía su enemigo falta e irreductible, y que en veinticuatro horas había ahogado y aplastado el ensayo de rebelión de sus amigos y cómplices (…).
* Texto publicado en Galeuzca nº 11 (Bos Aires, xuño de 1946) . Transcrición fiel ao orixinal de Prudencio Viveiro Mogo.
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